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María Rosario Hervás Salcedo

Categoría: Ciencia

Mi nombre es María Rosario Hervás Salcedo, nací en el año 1992 en Sedaví, un pueblo de l’Horta Sud, y desde bien pequeñita supe que quería ser investigadora.
Recuerdo cuando en sexto de primaria, nuestra profesora de inglés nos mandó dibujar en una cartulina lo que queríamos ser de mayores. Yo me dibujé con una bata blanca, rodeada de tubitos de sangre y un microscopio. Así que, cuando acabé el bachillerato de ciencias, lo tuve claro: iba a estudiar el Grado en Biotecnología en la Universitat Politècnica de València. Aunque en ese momento, cuando se lo dije a mis padres y amigos, nadie sabía de qué se trataba y todo el mundo me preguntaba: “bio… ¿qué?”
Durante el grado me reafirmé en la idea de que había elegido lo correcto. Quería enfocar mi carrera científica hacia la investigación biomédica, aunque todo el mundo decía que era la opción más difícil, y más para aquellos que no tenían una nota brillante (como era mi caso). Siempre creí que las ganas de aprender y de trabajar te definen mejor que el número que aparece en tu expediente académico. Por ello, durante mi etapa en la universidad combiné los estudios con las prácticas voluntarias, realizando diversas estancias en el Instituto de Ciencia y Tecnología Animal de la UPV, en la Unidad de Reproducción Asistida del Hospital Universitari i Politècnic La Fe, en el Grupo de Regeneración y Trasplante Cardíaco del Instituto de Investigación Sanitaria La Fe y en el Servicio de Oncología Médica del Hospital Clínico Universitario de Valencia. Todas estas estancias me sirvieron para darme cuenta de que me apasionaba el mundo de la terapia celular y quería seguir hasta conseguir curar pacientes con terapias fruto de mis investigaciones.
Al acabar la carrera, decidí dejar mi terreta querida e ir a Madrid a probar suerte. Allí, cursé el Máster Interuniversitario en Genética y Biología Celular entre la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad Complutense y la Universidad de Alcalá, en el cual obtuve el premio extraordinario de mi promoción. Pero antes de empezar el máster, ya tenía fichado un grupo cuyas investigaciones me llamaban muchísimo la atención. Hice una entrevista para realizar el Trabajo Final de Máster con ellos y desde ese día, hace ya 6 años, hasta ahora, formo parte de la División de Terapias Hematopoyéticas Innovadoras del CIEMAT y actualmente, estoy a punto de convertirme en Doctora en Biociencias Moleculares por la Universidad Autónoma de Madrid. Durante mi tesis doctoral, he desarrollado una terapia celular basada en células estromales mesenquimales modificadas genéticamente para el tratamiento de pacientes con enfermedad injerto contra huésped, la mayor complicación asociada a los trasplantes alogénicos de médula ósea.
Cuando se nombra el trasplante y los problemas que puede ocasionar, mucha gente piensa en el rechazo de este, y efectivamente, el rechazo es una complicación grave, pero no es la única. Aunque España es un país a la cabeza de Europa en donaciones, no siempre se encuentra al donante de médula totalmente compatible con el paciente receptor del trasplante, y los médicos se ven obligados a elegir donantes no tan compatibles. Estas pequeñas disparidades entre el donante y el receptor en las moléculas que definen a las células de cada individuo (conocidas como complejo mayor de histocompatibilidad) ocasionan el rechazo, pero también lo que se conoce como Enfermedad Injerto contra Huésped (abreviada como EICH). Esta enfermedad se produce cuando las células del donante son las que rechazan al paciente receptor. Estas células, al salir de su zona de confort, se activan y se vuelven agresivas, pues están en un entorno que no es el suyo, atacando y destruyendo los tejidos que se encuentran a su paso. Es por ello por lo que la EICH es una enfermedad que afecta a múltiples órganos, entre los que destacan la piel o el aparato digestivo, complicando gravemente la vida de los pacientes tras el trasplante. Actualmente, se sabe que alrededor del 30-50% de los pacientes desarrollan EICH aguda después del trasplante alogénico, de los cuales 14-36% desarrollan los grados más severos de la enfermedad y llegan a morir. Para ellos, la terapia con glucocorticoides es la primera línea de tratamiento. Sin embargo, el 35-50% de los pacientes no responden y desarrollan lo que se conoce como EICH refractaria a esteroides. Además, no existe una segunda línea de terapia establecida como alternativa. Esta situación pone de manifiesto la necesidad de encontrar nuevas terapias mucho más eficientes que lleguen al mayor número posible de pacientes. En este contexto, la terapia celular, y concretamente la terapia celular con células estromales mesenquimales, se ha propuesto como una alternativa. Estas células mesenquimales son células aisladas de múltiples tejidos adultos, como puede ser el tejido adiposo sobrante de las liposucciones, que tienen unas propiedades únicas. Entre sus propiedades, destaca la capacidad de frenar la activación de las células del sistema inmune, esas células que componen el trasplante de médula ósea y se activan y atacan al paciente receptor, llamadas linfocitos T. Durante mi tesis doctoral, hemos generado una versión más eficiente de las células mesenquimales al modificarlas genéticamente. Estas células mesenquimales modificadas, al ser infundidas tras el trasplante de médula ósea, son capaces de reducir de forma mucho más eficiente la activación de los linfocitos T del donante, en comparación con las células mesenquimales sin modificar, evitando el ataque a los órganos diana en el receptor y frenando la evolución de la EICH. El desarrollo de esta terapia supone una vía esperanzadora para aquellos pacientes gravemente afectados que no responden al tratamiento actual, cuya única alternativa es sufrir la enfermedad. Además, esta terapia también supondría una revolución para el tratamiento de otras enfermedades en las que el sistema inmune está fuera de control, como la COVID-19.
Tras demostrar el prometedor efecto de esta nueva generación de células sobre el control de la enfermedad, ha sido posible publicar los resultados en revistas de gran impacto y explicarlos en diferentes comunicaciones en congresos nacionales e internacionales, recibiendo en alguno de ellos el premio a mejor abstract presentado. Además, con la finalidad de acercar esta terapia a la clínica lo antes posible, se ha solicitado la designación de medicamento huérfano por la Agencia Europea del Medicamento y una patente internacional para proteger las células modificadas y sus usos. Finalmente, también se ha solicitado financiación para realizar un ensayo clínico para tratar pacientes con EICH refractaria a esteroides con esta nueva terapia celular, en colaboración con el Servicio de Hematología del Hospital Fundación Jiménez Díaz de Madrid.
Pero desgraciadamente, uno de mis objetivos durante este periodo doctoral no pudo cumplirse. Cuando a finales de febrero de 2020 ya tenía todo listo para realizar una estancia en el King’s College London para profundizar en los mecanismos de acción de las células mesenquimales, la pandemia de la COVID-19 llegó a nuestras vidas y nos hizo frenar en seco. No obstante, durante ese periodo colaboré como voluntaria en la realización de pruebas PCR con muestras de las personas internas en las residencias de la tercera edad de la Comunidad de Madrid. Así que, a pesar de los momentos complicados que todos estábamos atravesando, pude disfrutar de una de las experiencias más gratificantes de mi vida científica.
En enero defenderé mi tesis doctoral y aunque el camino hasta aquí no ha sido fácil, ha merecido muchísimo la pena. Si hecho la vista atrás y pienso en la chica recién graduada que quería luchar por conseguir mejorar la vida de las personas con sus investigaciones, creo que hoy en día mi objetivo está casi cumplido. Mentiría si dijese que no veo el futuro complicado. Desgraciadamente, en España, seguir en el mundo de la investigación no es un camino de rosas. Pero yo me niego a pensar que para ser alguien debo dejar atrás mi familia y mis costumbres e irme fuera. Me niego a pensar que, en este país, y especialmente en mi terreta querida, no hay cabida para investigadores que tenemos todas las ganas y la ilusión por seguir mejorando la vida de las personas. Cada vez que vuelvo a Sedaví y desde la terraza de casa de mis padres veo los edificios de La Fe, sueño con que algún día podré volver a Valencia y tener allí mi propio grupo de investigación.
Es por eso por lo que presento mi candidatura a los premios Talento Joven, porque recibir este premio sería una recompensa a todo el esfuerzo realizado y un aliciente para ver un poco más cerca el sueño de investigar desde mi tierra.


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